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martes, 20 de mayo de 2014

EL JOVEN SIRVIENTE


Tendría unos doce años. Su piel, oscura y pálida al mismo tiempo, respiraba cansancio y dolor. Sus ojos eran mates, cegados por el sufrimiento de la escuálida pierna derecha que arrastraba con torpeza tras su cuerpo de niño y la espalda de anciano. Con la cabeza siempre reclinada a modo de sumisión, frotaba con fuerza una vieja esponja contra el suelo del palacio amurallado, desviando su mirada atormentada hacia nosotros , penetrándome hasta el alma.

Estábamos en la mejor zona del palacio, donde el maharajá y su mujer vivían, rodeados de antigüedades, historia, religión y sabiduría. Un excesivo número de muebles ostentosos parecían asfixiarnos. Ellos dos recostados en una cama de pan de oro vestida con una colcha de seda roja. Nosotras sentadas en el borde de la cama.

Fue allí donde compre el suzani que ves allí colgado. Lo ves? Lo miro  y le veo a él. Al chiquillo cojo que sacrificó el júbilo de su niñez por unas escasas Rupias a la semana.
Alinka susurra algo en mi oído. No la entiendo bien. Me acerco más. “Es una bruja. Me da mala vibra. No lo notas?”. Percibe lo mismo que yo. Hay algo en esa mujer que me produce rechazo.

El perfilador marrón de sus labios desnudos, el espeso esmalte negro de sus uñas, el mechón cenizo que enmarca su rostro, las voluptuosas curvas de sus carnes desordenadas, su voz chillona y sus ademanes vulgares le delatan… Quién sería ella antes de convertirse en la mujer del maharajá? Es el niño quizás su hijo, fruto de una relación anterior y hoy reflejo de la vergüenza de su pasado?

Al niño nunca le vimos sonreir. Sospecho que la mujer del maharajá le robó la sonrisa, deformándola y convirtiéndola en una detestable risa grotesca y burlona…

Quisiera regresar a la India, a ese mismo instante, y a cambio del suzani, comprarle la sonrisa y devolvérsela a aquel chiquillo ceniciento…