A la espera de un día sin prisas, sin rumbo.
A la espera del cesar de las voces.
Del silencio.
Del que viene... del que va.
De lo efímero, lo transparente.
De la sabiduría de ellos.
Y ante todo, a la espera del olvido...
A la espera de un día sin prisas, sin rumbo.
A la espera del cesar de las voces.
Del silencio.
Del que viene... del que va.
De lo efímero, lo transparente.
De la sabiduría de ellos.
Y ante todo, a la espera del olvido...
En una clase de Poética Narrativa, me pidieron escribir un texto con este título y las palabras que véis en mayúsculas. La profesora me dice que es un excelente comienzo de una novela. ¿Qué opináis?
Una Tarde de Lluvia. La primera en todo el mes de noviembre. Los truenos despeinan el cielo y atemorizan a las ancianas del pueblo. Llenas de INCERTIDUMBRE y ANGUSTIA, rezan bajo la luz de las velas y en voz alta a Santa Bárbara, abogada de las tormentas. Mientras la lluvia inunda las calles, Luciano recuerda con NOSTALGIA y ALEGRÍA a su abuela.
Tenía un pelo largo, hasta más abajo de la cintura, que se estiraba y recogía en uno de esos moños tirantes de aquella época. Recuerdo, cuando yo era niño, cómo recortaba las bellotas y las hacía un dedal sin apenas luz. Ella era una mujer dulce, entrañable, sin un sólo diente. Tan distinta a las otras ancianas del pueblo. No le tenía MIEDO a los truenos ni a ir al infierno. Rezaba cuando a ella le apetecía. No tenía miedo de la oscuridad ni de la soledad. Lavaba en plena noche en las piletas del pueblo, cuando ya era muy tarde y no había nadie. Tendría cinco, seis galllinas. Yo era su nieto favorito. Por éso era a mí a quien daba los huevos que yo casi siempre torpemente dejaba caer en una cuesta muy empinada cubierta de hielo a escasos pasos de su casa.
María Mmmaga. ¿ Cómo era posible? Encogí los ojos para ver si había leído bien el rótulo parpadeante en pleno corazón de Knightbridge. Sí, Maria Maga, había leído bien. Entonces recordé.
Tras las enormes cristaleras que cierran la cocina y la comunican con el jardín, mis primos y yo espiábamos absortos a María. En la despensa de nana nunca faltaban habichuelas, chauchas, judías verdes... como quieras llamarlas. Y es que su familia, desde hace más de trescientos años, tiene plantaciones en Colombia, Guatemala y Méjico.
Nana también había heredado muchísimas recetas de su familia. La
favorita de todos eran las habichuelas de mantequilla. Menos para Eloy,
que adoraba la ensalada picante con sésamo, plato de María quien siempre eleboraba una nueva forma de hacerlas. Recetas que se negaba a compartir. Es muy probable que fuera la facinación por lo secreto lo que nos atraía. Siempre corríamos a la mesa inquietos, ansiosos por descubrir la nueva receta de María.
Eloy tenía fijación por la cocina y la magia. No supo decidirse por ninguna de las dos profesiones, así que se convirtió en ambas cosas: mago y cocinero, como María. Y ahora yo, como cuando era niño , espiaba tras la cristalera del restaurante, absorto por descubrir la magia de los platos de Eloy.