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miércoles, 20 de abril de 2011

MAHOUTS Y LOS HIJOS DE SAYA

Mahouts y los Hijos de Saya
En una pequeña librería, una tarde calurosa de agosto mientras viajaba por el noroeste de la India en plena búsqueda de los gitanos nómadas, me topé con unos grabados maravillosos del XIX. Representaban la belleza irrefutable del elefante rodeado por una gente tribal descendiente de los gitanos: los Mahouts. Estos nómadas emigraron al sur de la India en tiempos de guerra y se refugiaron en la profundidad de la selva de Kerala. Allí, entre palmeras, playas desérticas y canales convivieron con elefantes salvajes hasta su muerte.
Hoy, los descendientes de estos gitanos nómadas nacen, crecen y conviven con los elefantes. El elefante y el mahout se conocen desde pequeños y enseguida se crea un estrecho y único lazo entre ellos. El mahout no es sólo un entrenador de elefantes, es su amigo. Crece y muere con su elefante. Lo amaestra, lo cuida, mima, alivia sus heridas y susurra con ternura en sus enormes orejas. Tolerancia, humildad, sensibilidad y paciencia, además de una excelente forma física, son cualidades de un buen mahout.
Varias semanas después de aquella tarde, decidí emprender mi viaje a Kerala. Unas abundantes lluvias monzónicas de varios días me impidieron salir de mi cabaña anclada en un arrecife de la costa malabar y adentrarme en la selva. Apenas un día antes de mi partida, por fin un rayo de sol despertó mi letargo… Enseguida subí al jeep y abandoné la costa para ir a la selva en búsqueda de los mahouts. En el silencio más absoluto, fui de repente sorprendida por el barritar de un elefante acompañado pon el murmullo del agua. Y allí, tras unas palmeras ahogadas en fango, tambaleándose a orillas de un arroyo, dos elefantes acariciaban con sus trompas a unos mahouts que frotaban su piel con una corteza de coco recubierta en espuma. Sin dudarlo dos veces, me remangué los pantalones y me zambullí en el agua turbia acercándome sigilosamente a ellos. Recuerdo mi manos sudorosas deslizarse sobre el cuerpo de la cámara mientras la sujetaba con fuerza, mis pasos cautelosos y firmes y mi espalda erguida empapada por el agua que salpicaban las trompas de los elefantes. Recuerdo el olor a humedad y a tierra mojada, el pestañeo coqueto de los elefantes, el susurro de su aliento y el tono musical de las palabras de sus mahouts. Recuerdo también a otros hombres absortos contemplándonos en cuclillas a orillas del arroyo… Ese fue el único día que pude ver a una familia de mahouts en mi corta estancia en Kerala.
Hoy, después de cuatro años, sueño con volver al sur de la India y convivir con los hijos de Saya y sus cuidadores… en aquel paraíso que es Kerala.

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