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jueves, 22 de marzo de 2018

SAINT HONORÉ


A veces pienso que entraste en mi vida a hurtadillas, casi sin darte cuenta... que lo hiciste a conciencia, intencionadamente, para así dejar una profunda herida a la hora de tu partida. Después de muchos años, nos volvemos a encontrar en una bocacalle de Saint Honoré. Tu look es el de cualquier niñatillo rebelde de barrio. Te representa tan poco. Conservas la misma timidez en tus ojos, tu sonrisa triste de niño pobre, tu dulzura. Me llevas al restaurante con más alma de París. Y en aquel escenario perfecto, vuelves a embelesarme y seducirme como cuando era niña. No tardo en ver tu moral vacía, tu alma sin escrúpulos, la pérdida de tu personalidad y tu mirada frívola hacia la vida y burlona hacia el amor. Qué torpeza la nuestra de no encontrarnos entonces y hacerlo ahora cuando tu corazón está ya nublado, deteriorado y envenedado por la fama. Ahora que el mío está más que nunca arraigado a la honestidad y a la verdad. Me equivoqué contigo.

lunes, 12 de marzo de 2018

EL COCINERO

                                                                                                                                                AUGUST SANDER

Lo encontré fumando un cigarrillo en el merendero del patio de la cocina, bajo un cielo de glicinias, hojas de parra y uvas, apoyado  en una antigua rueda de molino y flanqueado por dos podencos raquíticos a cada lado. Aquel cocinero rollizo formaba parte del hallazgo de los vestigios de la antigua escuela de mi ciudad natal. Aquella escena y aquel espacio conservaban el enternecedor sabor a saudade, a añejo y melancolía de mi niñez. Enseguida, me sonrió y me invitó a entrar.

Había tinajas de barro amontonadas en las esquinas de la cocina, alacenas de tela metálica rota, lebrijos desconchados y un sinfín de jaulas de pajaritos salpicados de naranja y rojo que cantaban alegremente al oir su voz. Deslizó el pestillo chirriante de la despensa, una pequeña habitación con olor a vinagre,  revestida por una vieja tela de cuadritos azules y extendiendo sus manos llenas de luz, me ofreció setas secadas al sol.  Mientras me mostraba su refugio, debatía en voz alta cuando la vida le sonríe a uno y cuando no.  Insistió en que era decisión de uno mismo, que la vida nos sonreía a todos por igual y que cada persona que se cruza con nosotros siempre nos deja algo bueno. Siempre.