Todos los meses de mayo, mi prima María y yo, desfilábamos orgullosas flanqueando la cruz de mayo de nuestros hermanos y sus amigos. La más grande del Arenal y nuestro capataz Ernesto, el más elegante y el más guapo de todos los capataces. Siempre que percibo y contemplo la devoción y el orgullo en una cruz de mayo, vuelvo a los
mayos de mi niñez.
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