Muy cerca del Alcázar, una niña francesa danza con el viento. Mece sus caderas y columpia su recien comprado mantón con una sensualidad, gracia y seguridad tal, que recuerda a una pequeña Carmen. Con pasos firmes, ata y desata el mantón abrazando su cuerpo frágil, alzando a menudo los brazos y moviendo la cabeza con la solera de una gitana y el entusiasmo de cualquier niña sevillana.
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