Hay algo de irreal y enternecedor en esta escena. Creo que es la palidez resplandeciente, la postura estática y segura de la niña y la complicidad con su abuela. Me reconocí en sus ojos y en la escena reconocí mi niñez. Nos muestra orgullosa su impecable vestido, como lucen muchas niñas el Domingo de Ramos. Pareciera flotar en él.
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